16 abril, 2010

La Corona Radiante

Cuando la mayoría de los Dioses fueron exiliados a vivir en la otra cara del Mundo, hubo uno, un Semidios, que se escondió en el cuerpo de un elfo. Él fue Lúralan, Señor de la Luz y los Amaneceres. Por mucho tiempo habitó entre los elfos de Firindain, los Artesanos, una de las Doce Altas Estirpes de los Elfos, de quienes aprendió mucho. Con ellos combatió en las Guerras de la Sangre, que masacraron y terminaron por destruir la Tierra de Aradán, donde vivían. Pero cuando se hizo la paz, Lúralan partió junto a Firin, Primero de Firindain, a bordo de su Navío, a recorrer los Mares del Mundo, y junto a él pasó largo tiempo.

Así, pudo conocer tierras lejanas y exóticas, inhóspitos lugares y sitios que jamás habría soñado que pudieran existir. Estuvo en playas de sueño, en paraísos terrenales, y en oscuros desiertos en que sólo existe la maldad. Pero cuando visitó la Torre del Recuerdo, decidió quedarse allí, y comenzó a adorar al Dios del Recuerdo, que habita en lo de esta torre en interminable construcción.

Allí mismo, colocando piedras en la cúspide de la Torre del Recuerdo, observó a la Luna cruzar los cielos del Mundo, hasta enamorarse de ella, y de Moulth, Diosa de la Noche y las Estrellas, quien la habitaba. La Diosa, castigada, estaba presa al otro lado de la Luna, y había sido ansiada por muchos antes y después de Lúralan. El mismo Dios del Recuerdo la amaba sobre cualquier cosa que existiera. Pero Moulth, al conocer a Lúralan, encontró en él su única debilidad, y quedó cautiva por su amor.

Moulth, Diosa de la Noche y las Estrellas, y Lúralan, Señor de la Luz y los Amaneceres, se amaron ocultándole su pasión al Dios del Recuerdo, hasta que ella logró escapar una vez de su prisión tras la Luna, y ambos hicieron el amor apasionadamente, cuando éste los sorprendió y estalló en ira. Entonces, el Dios del Rercuerdo, convirtiéndose en la más poderosa tormenta, trató de acabar con Lúralan, para vengar la traición.

El Semidios, oculto en el cuerpo de un elfo, al hacerle el amor a la Diosa, tuvo una maravillosa visión, y con ella, forjó la Corona Radiante, con la intención de regalársela. Se trataba de un objeto que brillaba de forma tan intensa que logró ahuyentar a la tormenta en que había tomado forma el Dios del Recuerdo. Pero la Corona Radiante, cómo Moulth, tenía una debilidad también: sólo brillaba cuando la Luna surcaba el cielo, y así, durante una noche de luna nueva, el Dios del Recuerdo, sabiéndolo, encontró a Lúralan, allá donde se ocultaba, y le dio muerte terrible...


Ambos lucharon con valor, pero la tormenta sacudió la tierra que Lúralan pisaba con tal fuerza, que éste fue incapaz de detener su golpe. Y sin el brillo de la Corona Radiante, el Dios del Recuerdo fue capaz de derrotarlo, haciéndole pagar su traición con mucho sufrimiento antes de morir.

Entonces Moulth, que no pudo observar el combate desigual desde el cielo, entristeció hasta tal punto, que la Corona Radiante no volvió a brillar en mucho tiempo. El Dios del Recuerdo, que jamás desistió en amar a la Luna y a la Diosa oculta tras su rostro de plata, decidió asegurarse de que el poderoso objeto quedara oculto en algún lugar del Mundo.

Y así fue como la Corona Radiante, el poderoso objeto que forjara Lúralan, Señor de la Luz y los Amaneceres, para regalársela a Moulth, permaneció en lo más recóndito. En torno a ella creció la leyenda, y muchos fueron los que desde entonces la buscaran. El Dios del Recuerdo le encargó cuidar de su secreto a la Orden Negra, quienes la mantuvieron oculta en un aletargado silencio…

Fue mucho tiempo después, cuando el héroe Belean, de Himn, desconocedor de la historia relatada, la robara y con ella lograra grandes hazañas. Él fue quien derrotara, sirviéndose del poder de la Corona Radiante, a Golöel, el Demonio Resentido imaginado en el Amor de Orfgod, dando fin a la Gran Guerra de la Roca.

Belean la ciñó majestuoso, e inscribió su nombre en las Crónicas del Tiempo. A su muerte, sus herederos la poseyeron, y muchos trataron de apoderarse de ella, sin conseguirlo, hasta que su legado murió, y la Corona Radiante quedó en trono vacío, a la espera de que alguien la ciñera valeroso, sin ánimo de mimar a la Luna, eterna prisión en movimiento de Moulth, Diosa de la Noche y las Estrellas, quien una vez se enamorara de Lúralan…



Memorias Olvidadas
Darka Treake

NOTA: La imagen, aunque apropiada para el relato, 
es una instantánea tomada anoche, de una tormenta eléctrica 
durante la erupción del volcán Eyjafjallajökul, en Islandia.

1 comentario:

Iskandar dijo...

Me gusta mucho el Panteón particular que has creado, la família de dioses y semidioses que revolotea por tu imaginación. Enhorabuena crack, espero verlo un día recogido en un libro.
Un abrazo.

16 abril, 2010

La Corona Radiante

Cuando la mayoría de los Dioses fueron exiliados a vivir en la otra cara del Mundo, hubo uno, un Semidios, que se escondió en el cuerpo de un elfo. Él fue Lúralan, Señor de la Luz y los Amaneceres. Por mucho tiempo habitó entre los elfos de Firindain, los Artesanos, una de las Doce Altas Estirpes de los Elfos, de quienes aprendió mucho. Con ellos combatió en las Guerras de la Sangre, que masacraron y terminaron por destruir la Tierra de Aradán, donde vivían. Pero cuando se hizo la paz, Lúralan partió junto a Firin, Primero de Firindain, a bordo de su Navío, a recorrer los Mares del Mundo, y junto a él pasó largo tiempo.

Así, pudo conocer tierras lejanas y exóticas, inhóspitos lugares y sitios que jamás habría soñado que pudieran existir. Estuvo en playas de sueño, en paraísos terrenales, y en oscuros desiertos en que sólo existe la maldad. Pero cuando visitó la Torre del Recuerdo, decidió quedarse allí, y comenzó a adorar al Dios del Recuerdo, que habita en lo de esta torre en interminable construcción.

Allí mismo, colocando piedras en la cúspide de la Torre del Recuerdo, observó a la Luna cruzar los cielos del Mundo, hasta enamorarse de ella, y de Moulth, Diosa de la Noche y las Estrellas, quien la habitaba. La Diosa, castigada, estaba presa al otro lado de la Luna, y había sido ansiada por muchos antes y después de Lúralan. El mismo Dios del Recuerdo la amaba sobre cualquier cosa que existiera. Pero Moulth, al conocer a Lúralan, encontró en él su única debilidad, y quedó cautiva por su amor.

Moulth, Diosa de la Noche y las Estrellas, y Lúralan, Señor de la Luz y los Amaneceres, se amaron ocultándole su pasión al Dios del Recuerdo, hasta que ella logró escapar una vez de su prisión tras la Luna, y ambos hicieron el amor apasionadamente, cuando éste los sorprendió y estalló en ira. Entonces, el Dios del Rercuerdo, convirtiéndose en la más poderosa tormenta, trató de acabar con Lúralan, para vengar la traición.

El Semidios, oculto en el cuerpo de un elfo, al hacerle el amor a la Diosa, tuvo una maravillosa visión, y con ella, forjó la Corona Radiante, con la intención de regalársela. Se trataba de un objeto que brillaba de forma tan intensa que logró ahuyentar a la tormenta en que había tomado forma el Dios del Recuerdo. Pero la Corona Radiante, cómo Moulth, tenía una debilidad también: sólo brillaba cuando la Luna surcaba el cielo, y así, durante una noche de luna nueva, el Dios del Recuerdo, sabiéndolo, encontró a Lúralan, allá donde se ocultaba, y le dio muerte terrible...


Ambos lucharon con valor, pero la tormenta sacudió la tierra que Lúralan pisaba con tal fuerza, que éste fue incapaz de detener su golpe. Y sin el brillo de la Corona Radiante, el Dios del Recuerdo fue capaz de derrotarlo, haciéndole pagar su traición con mucho sufrimiento antes de morir.

Entonces Moulth, que no pudo observar el combate desigual desde el cielo, entristeció hasta tal punto, que la Corona Radiante no volvió a brillar en mucho tiempo. El Dios del Recuerdo, que jamás desistió en amar a la Luna y a la Diosa oculta tras su rostro de plata, decidió asegurarse de que el poderoso objeto quedara oculto en algún lugar del Mundo.

Y así fue como la Corona Radiante, el poderoso objeto que forjara Lúralan, Señor de la Luz y los Amaneceres, para regalársela a Moulth, permaneció en lo más recóndito. En torno a ella creció la leyenda, y muchos fueron los que desde entonces la buscaran. El Dios del Recuerdo le encargó cuidar de su secreto a la Orden Negra, quienes la mantuvieron oculta en un aletargado silencio…

Fue mucho tiempo después, cuando el héroe Belean, de Himn, desconocedor de la historia relatada, la robara y con ella lograra grandes hazañas. Él fue quien derrotara, sirviéndose del poder de la Corona Radiante, a Golöel, el Demonio Resentido imaginado en el Amor de Orfgod, dando fin a la Gran Guerra de la Roca.

Belean la ciñó majestuoso, e inscribió su nombre en las Crónicas del Tiempo. A su muerte, sus herederos la poseyeron, y muchos trataron de apoderarse de ella, sin conseguirlo, hasta que su legado murió, y la Corona Radiante quedó en trono vacío, a la espera de que alguien la ciñera valeroso, sin ánimo de mimar a la Luna, eterna prisión en movimiento de Moulth, Diosa de la Noche y las Estrellas, quien una vez se enamorara de Lúralan…



Memorias Olvidadas
Darka Treake

NOTA: La imagen, aunque apropiada para el relato, 
es una instantánea tomada anoche, de una tormenta eléctrica 
durante la erupción del volcán Eyjafjallajökul, en Islandia.

1 comentario:

Iskandar dijo...

Me gusta mucho el Panteón particular que has creado, la família de dioses y semidioses que revolotea por tu imaginación. Enhorabuena crack, espero verlo un día recogido en un libro.
Un abrazo.